ELENA CUE
DE TIRADORA A LA FACETA SOLIDARIA
La enigmática esposa de Cortina se ha volcado en los últimos meses en ayudar a familias españolas, aunque «no quiere publicidad». Todo sale de su bolsillo
COTE VILLAR
La furgoneta de reparto aparca en una elegante casa del barrio de Salamanca. El conductor y un mozo se adentran en el portal con varias bolsas de una compra hecha aparentemente por internet. Suben a uno de los pisos, descargan y se van. Hasta ahí todo normal, «el proceso es exacto a cuando la familia hace la compra a domicilio a través de la Red». La única diferencia está en quién paga. En este caso, la cesta familiar es
cortesía del matrimonio formado por Alberto Cortina (67 años) y Elena Cue (40), cuya desconocida faceta solidaria se ha multiplicado desde que comenzara la crisis. «Elena», dice una persona de su entorno, «se ha volcado muchísimo, sobre todo estos últimos meses al ver cómo se estaban poniendo las cosas en España. Lo que no le gusta es contarlo».
«PROYECTO DURADERO»
Así lo ratifica también Vicente Álvarez, director general de la desconocida Fundación Alberto y Elena Cortina, cuando declina amablemente en nombre de Cue conceder una entrevista a LOC hablando de esto. «Nunca habla públicamente de este tema. Ella está muy pendiente de todos los proyectos, todos los días, pero no le gusta la publicidad. No queremos ningún tipo de notoriedad. Por principio, no aceptamos donaciones ni subvenciones públicas, todo el presupuesto de la fundación sale exclusivamente del bolsillo de los señores Cortina, por lo que tampoco tenemos que dar explicaciones», concluye.
¿Y de cuánto dinero estamos hablando? El capital fundacional fueron 200.000 euros, «pero el presupuesto anual con el que contamos es mucho más alto, bastante más... muchísimo, vamos», concede atribulado Vicente, que no tiene permiso para dar cifras concretas. «Es un proyecto duradero y fuerte que permite cumplir los sueños de muchas personas que realmente lo necesitan», resume la propia Elena en una carta que la presidenta colgó hace unas semanas en la flamante web de la institución.

La Fundación Alberto y Elena Cortina se constituyó el 20 de febrero del año pasado para, según consta en sus estatutos, perseguir «la promocion, creación, sostenimiento y auxilio de obras asistenciales, sociales, educativas y benéficas de toda índole, con especial atención y dedicación a la infancia». Era la segunda parte de otra iniciativa solidaria que ya había puesto en marcha el matrimonio Cortina Cue anteriormente, la Fundación Oi Jogi, más centrada en programas de ayuda al continente africano, del que tanto Elena como Alberto son unos enamorados (ya contamos en estas páginas el sueño truncado del matrimonio de hacerse con una espectacular finca en Kenia del mismo nombre).
Pero hace un año, «al ver el cariz que estaban tomando las cosas en España», decidieron abandonar sus
memorias de África, disolver Oi Jogi y crear este nuevo organismo que lleva su nombre y que ha puesto especial énfasis en dar cobertura social a familias de nacionalidad española.
Una iniciativa tan encomiable como desconocida que muerde parte de los 770 millones de euros en que
Forbes estimó la fortuna del matrimonio hace unos meses. El día a día de Elena se reparte entre este organismo, el cuidado de su hija Alejandra (7 años) y otras labores solidarias al lado del padre Ángel. Nunca le gustó figurar, prefiere seguir cultivando una imagen enigmática que cuida con mimo desde que conociera al financiero Alberto Cortina en una montería en 1997 cuando éste ya se había divorciado de Marta Chávarri y, anteriormente, de Alicia Koplowitz. El flechazo fue tal que en el verano de 2000 Elena y Alberto se casaron en la misma finca en la que se habían conocido,
Las Cuevas, 6.000 hectáreas entre Toledo y Ciudad Real donde todavía hoy pasan gran parte de su tiempo dando rienda suelta a la pasión cinegética compartida (Elena, de hecho, fue campeona de España de tiro al pichón, una especialidad que practicó durante 14 años). Su residencia habitual está en El Viso.
AVIÓN PRIVADO
Una vida muy distinta, con avión privado y yate amarrado en Mallorca, de la que le ha tocado a gran parte de la sociedad española en estos tiempos y a la que Elena parece no ser ajena. Con Cue, en la Fundación trabajan otras siete personas asalariadas más los voluntarios. Una de las iniciativas más atrevidas que han puesto en marcha es el llamado
comedor invisible, con el que dan de comer a 63 familias anteriormente acomodadas de los barrios de Salamanca, Chamartín y Retiro, lugares donde uno nunca pensaría que ha enraizado la crisis; donde, como decía aquella, ya no hay
cash. «En el medievo los
pobres vergonzantes eran aquellos que estando en situación de pobreza no se atrevían a hacerlo público y recurrían a terceros para socorrerse. Posiblemente, en el reino de España nunca, a lo largo de su historia, haya habido tantos como hay en la actualidad», se explica en la propia web de la institución. Además, patrocinan hogares de acogida para niños con enfermedades raras que deben tratarse en Madrid y coordinan un comedor social en el distrito de Barajas.
«A veces una casualidad puede darnos una pista que nos motive para cambiar el sentido de nuestra historia», escribe Elena. Pues bienvenida sea esa casualidad.
EL MUNDO / LA OTRA CRÓNICA / SÁBADO 18 MAYO 2013